Friday, June 20, 2008

Testimonio sobre las caucherias de la Casa Arana

Los "muchachos" de Arana junto a uno de los más de cientocincuenta
capataces traídos desde las Isla Bárbados como supervisoresde la compañía
cauchera en 1903.
Mr Brown
Julio C Arana
Fotos Facilitadas por www.lorito.com.pe



El termómetro marcaba 32 grados centígrados a la sombra. Y resolvimos entrar al Café La Tagua a tomarnos una “Costeña’’ helada. Su propietario don Francisco Cabrera, viejo pionero de la región y veterano del conflicto de Leticia, nos hizo largas reminiscencias de las caucherías con varios relatos de crímenes y depredaciones de la Casa Arana, con todo su cortejo de ingratos recuerdos de la época en que la amazonia colombiana era llamada el “Infierno Rojo”. Con voz subida de tono, nos dice:
“¿Y no conocen al negro Brown? “. “Fue el capataz de los verdugos de la Casa Arana”. Le dicen en toda la región “Mister Brown’’.”Trabaja en la base naval”.
Nunca sospechamos que un personaje de “La Vorágine’’ estuviera cerca de nosotros. Se nos grabó el nombre: negro Brown. Le dicen “¡Mister Brown!”.
Después de oír a nuestro huésped interesantes narraciones sobre las caucherías, vida de los indígenas y más reminiscencias de la Casa Arana, nos despedimos rumbo a Puerto Leguízamo.
El nombre de “Capataz de los verdugos” fue el tema de conversación de sobre mesa. Por la noche, en el confortable camarote del “ARC Leticia” que gentilmente el Comandante de la Base Naval había asignado a los expedicionarios, la conversación recayó sobre ese extraordinario personaje. Vinieron a cuento la vida azarosa de Arturo Cova, el esfuerzo vital de Clemente Silva y la explotación de los indios por los caucheros blancos. Y nos dormimos profundamente.
El despertar fue maravilloso. A unos pocos centenares de metros la esplendorosa selva del Putumayo aparecía a nuestra vista y frente a nosotros la frontera del Perú. Después del desayuno en la Cámara de Oficiales preguntamos por Mister Brown al oficial de guardia, teniente Vargas, quien amablemente lo hizo llamar por el altoparlante: “Señor John Brown presentarse al Comando de la Base”, por tres veces consecutivas. Esperamos media hora. Viendo que Mr. Brown no aparecía, el Teniente Vargas nos indicó a lo lejos una casita blanca, lugar de su residencia y dijo que el negro trabajaba en la remonta como encargado del gallinero.
A las 3 p.m. fuimos en grupo a visitarlo. Traspasamos la puerta de un extenso lote cercado de malla de alambre con una casita al centro. Saludamos en voz alta: “¡Buenas tardes señor Brown!”, le dijimos. –Somos de la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano y estamos en gira de estudio. Deseamos que el país conozca las posibilidades, problemas y necesidades de esta región. “Muy bien”, contestó secamente.
Nos encontramos frente a un negro de 1.85 metros de estatura, blanco de canas, sin dientes y algo de desconfianza. En su buena época tuvo que ser un gigante pues a pesar de sus 85 años, bien vividos, denota que fue un dominador de hombres y manigua. En un español con marcada pronunciación extranjera nos contestó a la primera pregunta, amablemente, no sin antes haber cambiado ideas sobre avicultura y diferentes aspectos de la región. Cuando ya le inspiramos más confianza, Roberto Sanabria, estudiante de Recursos Naturales y avicultor, le habló de colega a colega, soltándole la primera pregunta.
-¿Dónde nació usted, Mister Brown?
- Nací en Chicago en el año de 1873. Es la ciudad a orillas del Lago Michigan. Soy nieto de esclavos.
- ¿Qué lo trajo hacia estas tierras? Le preguntó nuevamente.
- Pues la leyenda del oro líquido (el caucho) atrajo a muchos blancos y a muchas gentes de todo el mundo. Yo trabajaba como maquinista en barcos ingleses y me vine en uno que navegaba al Amazonas. Me embarqué en 1903.
- ¿Conoció a los dueños de la Casa Arana?, le preguntó Monroy.
- Los conocí a todos, hasta los fundadores. Y nos explica que la casa Arana fue fundada por unos colombianos, los Calderón y el pastuso Benjamín Larrañaga. Estos se asociaron a los peruanos Julio, Lisandro y Abel Arana y Carlos Seminario, para constituir la firma “Larrañaga, Arana y Cía.”, que más tarde se convirtió en “Arana Hermanos” y después en “The Peruvian Amazon Co.”, con sede en Londres.
- ¿En qué año comenzó a trabajar en esa Casa?
- Me contrataron en Iquitos en 1903 y trabajé con ellos por todo el Amazonas, principalmente en los ríos colombianos, hasta 1911.
- ¿Cuántos indios trabajaban en la Casa Arana?
- Alrededor de sesenta mil indígenas.
- ¿Y cómo era la cacería de indios?
- La Casa Arana organizaba con unos 200 capataces partidas de caza para capturar indios con destino a las caucherias.
- ¿Y por orden de quién se hacían?
- Pues por orden de los altos empleados de la Casa.
- ¿Y quiénes eran los capataces de la Casa?
- Los mismos indios servían de capataces.
Seguí yo interrogándole y pregunté quienes flagelaban a los indios.
Se quedó pensativo y contestó:
- Como le dije, los mismos indios tenían sus capataces que eran los flageladores.
- ¿y usted de quién dependía?
- Mi jefe era el peruano Abel Agüero. Pero los había de otras nacionalidades.
- ¿Cómo trataban los blancos al indio y qué salario le pagaban?
- Por todo salario el indio recibía un pantalón y una camisa cada tres meses después de haber entregado su cuota de trabajo que consistía en muchos kilos de caucho. La comida tenía que procurársela el indio, pescando y cultivando la yuca para hacer la “fariña” en sus horas libres que, por ciento, eran muy escasas.
- Se dice que cuando el indio no cumplía con su cuota de trabajo lo azotaban con látigo. ¿Es cierto?
- Si no cumplía con sus obligaciones al indio lo azotaban sus mismos capataces con un látigo, hecho de cuero de danta, con cuatro chicotes en sus extremidades. Había muchos que no resistían el castigo y morían.
- ¿Cómo supieron en el mundo las atrocidades de la Casa Arana?
- Cuando la Casa Arana se transformó en la Peruvian Amazon Co vinieron Mr. W.E. Hardenburg y otro periodistas a quienes yo les denuncié los crímenes que estaban cometiendo los peruanos y les di todos los datos que sirvieron para publicar el Libro Rojo del Putumayo, publicado por el Gobierno Inglés, para relatar al mundo las atrocidades de la Casa Arana, en donde se afirma que en 10 años el número de los indios se redujo de 50.000 a 10.000, lo que dio un promedio de 4.000 asesinatos por año. Yo tenía un manuscrito con valiosos apuntes que me lo hicieron desaparecer los peruanos. Y también me quisieron asesinar. Pero un amigo me avisó a tiempo y me salvé milagrosamente. Mr. Brown cree que está viviendo en esa época y finaliza el párrafo: “Los peruanos me mascan pero no me pasan”.
Le pregunté si él conoció a los personajes de “La Vorágine”: se pone serio y con algo de mal humor denota que el tema no le agrada y dice:
- Esa es pura novela. Dice muchas mentiras. José Eustasio Rivera no estuvo aquí. Esa novela no es de él. Para escribirla le compró el manuscrito a Arturo Cova, recogió datos de Miguel Pezil, de Larrañaga y del Libro Rojo del Putumayo.
Le pregunté si había conocido a esos personajes y dijo:
- Conocí a Arturo Cova y a Miguel Pezil y a Alicia. La turca no existió – Se refería a Zoraida Airam-. Había muchas por el estilo y de diferentes nacionalidades.
Es todo mentira, ¡pura mentira!
Esperamos que se calmara un poco y le ofrecí un cigarrillo.
- ¿No piensa regresar a su patria Mr. Brown?, le dije.
Contestó con un rotundo no. Nos explicó que cuando alguna vez estuvieron funcionarios de la Embajada de los Estados Unidos, inclusive el propio Embajador conociendo el Putumayo, él había hablado con todos, quienes le hicieron la misma pregunta a lo cual Mr. Brown les dijo mostrándoles su piel: “Allá no quieren a los negros, prefiero quedarme en la selva”. Y mostraba con el índice la piel de sus manos morenas.
Lo notamos un poco cansado y resolvimos no hacerle más preguntas. Pero no parecía tal, pues se levantó del asiento y sacó una maleta que tenía debajo de la cama rodeada de un mosquitero. La abrió con cuidado y extrajo de varios sobres algunos papeles, entre otros, unos certificados por servicios que prestó durante el conflicto con el Perú. Y nos habla con vehemencia de que en dos oportunidades luchó por Colombia. En el sitio de La Pedrera, al mando del General Gamboa, en 1912, con un grupo de 30 valientes pusieron a raya 400 soldados peruanos, comandados por el más tarde Mariscal Benavides, hasta que lograron burlarlos y, cumplió, más tarde, varias misiones importantes durante el conflicto de Leticia. Nos muestra, haciendo ademán de satisfacción un documento que indica la misión pormenorizada que cumplió a través de la selva en medio de grandes penalidades.
Le preguntamos si no tenía familiares. Y con una sonrisa nos dice.
- He tenido 18 hijos en la amazonía, sus madres son brasileras, peruanas y colombianas, todas murieron. Además he sido colono, fundé a Puerto Brown, sobre el Putumayo, del cual no existe sino el sitio.
En la selva retumbaba un nombre: Brown… Brown…

Tomado de: Molano Campuzano, Joaquín. LA AMAZONIA , MENTIRA Y ESPERANZA

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